Nos miramos, bajas los ojos escrutando el tenedor. Para aliviar la incomodidad miro al infinito haciendo que busco al camarero. Pero tengo un cuarto de tu rostro en el filo de mi reojo, dulce, sincera, estoica, aguantas esta situación. Me acuerdo hace algunos años que nos hubiéramos enzarzado en una conversación infinita, me mostrarías esos ojos curiosos, claros, donde hoy sólo hay cuencas vacías. Pediríamos otra botella de vino para alargar aún más el momento, nos reiríamos del mundo y de las parejas que no tienen nada que decirse. Recorrería con mis sílabas cada centímetro de tu cuerpo, parando sólo para tomar aire y seguir. Hoy pedimos con desgana la comida, intercambiamos frases protocolarias que no significan nada. Cada uno con su plato por delante, dejamos pasar el tiempo lento y pesado, rumiando reproches. No hay fuerzas ni para verbalizarlos, permanecen intactos en nuestro interior. ¿En qué momento se rompió esto? Parece difícil saberlo, pienso, además ya da igual, no hay manera de recomponerlo. Te levantas. ¿A dónde vas? Tranquilo, al cuarto de baño. Y la veo alejarse, con su bolso en ristre, en silencio, como yo me voy alejando de ella, como el sonido de su voz que me parece cada vez más extraño, como el recuerdo de las comidas junto a ella, rodeados por multitud de gente, pero sólo junto a ella. Hoy como solo, sólo yo. Ella también.
Joanna (Audrey Hepburn) y Mark (Albert Finney) son los protagonistas absolutos de Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967). Desde su feliz encuentro hasta que el matrimonio ve como se va desmoronando su vida en común, se suceden las escenas en un único espacio, el sur de Francia, durante los cinco viajes que Mark y Joanna realizan. Cada una de estas escenas, genialmente ligadas, son pistas para resolver el puzzle de la vida matrimonial. Surgen todos los problemas, los hijos, las infidelidades, el aburguesamiento, la rutina... Aún no sumergidos en ellos, observan, sin llegar a creer que les pueda ocurrir, como una pareja en silencio en un restaurante es la perfecta imagen de un matrimonio.
La música de Henry Mancini completa, como un personaje más, esta visión crítica del matrimonio, sus peligros y sus ventajas. Mancini la consideraba como su mejor trabajo para el cine.