Düsseldorf, Hanna F. de 28 años ha discutido con su novio, algo que va siendo habitual últimamente. Es difícil combatir la rutina y ellos han entrado en ese círculo. Para calmar sus nervios, decide ordenar los armarios. Olvidada detrás del montón de ropa, rescata una camiseta que hacía tiempo que no veía. Era la primera camiseta que su novio dejó en su apartamento. Esta camiseta, junto a cepillo de dientes, evitaban la incomodidad de traer la maleta cada vez que pasaba la noche con ella. Fueron los primeros de una serie de objetos que iría dejando posteriormente. Ahora su pequeño salón está salpicado de enseres suyos y su armario contiene ropa masculina. Como pequeña venganza por el día que le había hecho pasar, hizo una bola con la camiseta y la lanzó a la bolsa de basura con el resto de ropa que ya no usaba. Al cabo de una hora, soltó esa bolsa con una sonrisa en el contenedor de reciclaje que estaba en la esquina de su calle.
Bremerhaven, Zeynep T. de 57 años trabaja en una fábrica de reciclado de textiles desde hace 5. Es un trabajo aburrido, consiste en abrir cajas llenas de ropa que llegan en grandes camiones e ir seleccionando en montones según la calidad. Con el tacto ya ha aprendido a saber si una prenda es buena o no. Ese día, le duele la cabeza y no tiene muchas ganas de trabajar, pero no se puede permitir el lujo de perder este empleo. Necesitaba el dinero. Su hijo menor, que aún vive con ella, acababa de ser despedido y su hija y su nieta también se ha instalado en su piso por una temporada, huyendo de su marido. En estas preocupaciones pasa su jornada. Ese día, apartó una camiseta que estaba como nueva, porque disimuladamente suele esconde alguna ropa que le gusta para llevárselas a casa. Se la ajusta a su cuerpo para ver si podría ser la talla de su hijo, pero cree que es grande. Su hijo está más flaco últimamente. La deja en el montón correcto y sigue trabajando.
Yaundé, Hortense M. de 25 años carga con fardos. Acaba de comprar una caja de ropa a un mayorista y se dirige a las afueras. El Mercado Madagascar donde siempre vendía está imposible y prefiere buscarse la vida en los barrios que rodean la ciudad para la gente que no puede desplazarse. Esto le obliga a llevar todos los días pesados bultos sobre su espalda. Cuando llega a una especie de claro que se forma entre las chabolas, deshace los fardos y sobre una sábana va colocando una a una las prendas. Como no permiten elegir la ropa, sólo espera que la caja que ha comprado contenga artículos de buena calidad. Una vez instalada, planta una sombrilla y espera a que vengan las clientas. Ese día vende poco, no ha merecido la pena la caminata. Al final del día, una mujer coge una camiseta. Toca la tela tímidamente. Hortense está cansada para regatear, así que le hace muy buena oferta. La mujer saca unos billetes arrugados que ésta guarda. Mientras termina de recoger todo, piensa donde irá a vender al día siguiente.
Yaundé, Paul N. de 16 años vuelve a su casa. Lleva todo el día descargando fruta y le duele la espalda. Pronto se dio cuenta de que tenía que conseguir un sueldo para ayudar a su madre y así va pasando de un trabajo a otro. Hoy carga, mañana hace recados y los malos días se dedica a dar vueltas sin saber que hacer. No consigue mucho dinero, pero hoy además le han dado una bolsa de fruta. Cuando entra en su casa, saluda a su madre y le da la bolsa. Ella sonríe porque la comida siempre viene bien y son muchas bocas que alimentar. Pronto se apresura a darle una camiseta que ha comprado, con el dinero que sacó de vender a una vecina la yuca que su hijo le trajo la última vez. Paul se sorprende. La necesitaba porque la que lleva puesta está hecha jirones. Huele a limpio y le queda como un guante. Sobre su cuerpo, su nueva camiseta le recuerda una idea que lleva tiempo rondándole en la cabeza: dejar su país y emprender la marcha al norte, a Europa. Sabe que su madre se disgustará, pero al menos podrá ayudarla en condiciones.